“Ven,
estandarte de inmortal memoria,
Que
has de triunfar del espantoso infierno,
Y,
siempre digno de alabanza y gloria,
Fundarás
en la Iglesia mi gobierno.
Y
en el final juicio, con victoria
Universal
y resplandor eterno,
Lucirás,
y entre nobles compañías
De
ilustres santos y en perpetuos días...
Árbol
de vida y árbol de la ciencia
Del
mismo bien, y palma victoriosa
De
donde cogerá con más prudencia
Que
Eva el fruto de amor, mi bella esposa,
Ven,
que en ti mi suave providencia
Sombra
le ha de hacer maravillosa,
Para
que ya descanse, ya se aliente,
Hasta
que a verme suba claramente.
Ven,
¡oh sagrada cruz! dame tus brazos,
Que
yo te doy con caridad los míos,
Y
te regalo con estrechos lazos,
Para
mí fuertes, para el hombre píos;
Y
si a tu amor no bastan mis abrazos,
Yo
te prometo de mi sangre ríos,
Con
que lavada y bella y dulce quedes,
Y
rica al fin para ofrecer mercedes.
Ven,
que en ti hallarán los pecadores
De
infinita piedad la fuente abierta,
Y
de gracia, dulzuras y favores
Los
justos franca la dichosa puerta.
Salud
el mundo, el cielo resplandores,
Su
triunfo Dios, su vida el hombre cierta;
“Ven,
cruz, y vamos”. Dijo, y recibióla
Con
un beso de paz y levantóla.
De “La Cristiada”.
Fr. DIEGO DE HOJEDA (español,
1571-1665)