“Me gozo en las obras de tus manos”

Salmo 91, 5.

martes, 14 de junio de 2011

EL DELEITE DE LA VISTA


"Resta el deleite de estos ojos de mi carne, del cual quiero hacer confesión, que ¡ojalá oigan los oídos de tu templo, los oídos fraternos y piadosos, para que concluyamos con las tentaciones de la concupiscencia carnal, que todavía me incitan, a mí, que gimo y no deseo sino ser revestido de mi habitáculo, que, es del cielo!
Aman los ojos las formas bellas y variadas, los claros y amenos colores. No posean estas cosas mi alma; poséala Dios, que hizo estas cosas, muy buenas ciertamente; porque mi bien es él, no éstas. Y tiéntanme despierto todos los días, ni me dan momento de reposo, como lo dan las voces de los cantores, que a veces quedan todas en silencio. Porque la misma reina de los colores, esta luz, bañando todas las cosas que vemos, en cualquier parte que me hallare durante el día, me acaricia y se me insinúa de mil modos, aun estando entretenido en otras cosas y sin fijar en ella la atención. Y con tal vehemencia se insinúa, que si de repente desaparece es buscada con deseo, y si falta por mucho tiempo se contrista el alma.
52. ¡Oh luz!, la que veía Tobías cuando, cerrados sus ojos, enseñaba al hijo el camino de la vida y andaba delante de él con el pie de la caridad, sin errar jamás. O la que veía Isaac cuando, entorpecidos y velados por la senectud sus ojos carnales, mereció no bendecir a sus hijos conociéndoles, sino conocerles bendiciéndoles. O la que veía Jacob cuando, ciego también por la mucha edad, proyectó los rayos de su corazón luminoso sobre las generaciones del pueblo futuro, prefigurado en sus hijos, y cuando puso a sus nietos, los hijos de José, las manos místicamente cruzadas, no como su padre de ellos exteriormente corregía, sino como él interiormente discernía. Esta es la verdadera luz, luz única, y que cuantos la ven y aman se hacen uno.
Pero esta luz corporal de que antes hablaba, con su atractiva y peligrosa dulzura, sazona la vida del siglo a sus ciegos amadores; mas cuando aprenden a alabarte por ella, ¡oh Dios creador de cuanto existe! , la convierten en himno tuyo, sin ser asumidos por ella en su sueño. Así quiero ser yo.
Resisto a las seducciones de los ojos, para que no se traben mis pies, con los que me introduzco en tu camino. Y levanto hacia ti mis ojos invisibles, para que tú libres de lazo a mis pies. Tú no cesarás de librarlos, porque no cesan de caer en él. Sí, no cesarás de librarlos, no obstante que yo no cese de caer en las asechanzas esparcidas por todas partes, porque tú, que guardas a Israel, no dormirás ni dormitarás.
53. ¡Cuán innumerables cosas, con variadas artes y elaboraciones en vestidos, calzados, vasos y demás productos por el estilo, en pinturas y otras diversas invenciones que van mucho más allá de la necesidad y conveniencia y de la significación religiosa que debían tener, han añadido los hombres a los atractivos de los ojos, siguiendo fuera lo que ellos hacen dentro, y abandonando dentro al que los ha creado, y destruyendo aquello que les hizo.
Mas yo, Dios mío y gloria mía, aun por esto te canto un himno y te ofrezco como a mi santificador el sacrificio de la alabanza, porque las bellezas que a través del alma pasan a las manos del artista vienen de aquella hermosura que está sobre las almas, y por la cual suspira la mía día y noche.
Los obradores y seguidores de las bellezas exteriores de aquí toman su criterio o modo de aprobarlas, pero no derivan de allí el modo de usarlas. Y, sin embargo, allí está, aunque no lo ven, para que no vayan más allá y guarden para ti su fortaleza y no la disipen en enervantes delicias.
Aun yo mismo, que digo estas cosas y las discierno, me enredo a veces en estas hermosuras; pero tú, Señor, me librarás; sí, tú me librarás, porque tu misericordia está delante de mis ojos; pues si yo caigo miserablemente, tú me arrancas misericordiosamente, unas veces sin sentirlo, por haber caído muy ligeramente; otras con dolor, por estar ya apegado".

San Agustín, Confesiones, L.X, C. 34.