“Sin embargo, casi todos los días,
visitase o no las familias del lugar, hacía por la tarde una pequeña excursión
por la campiña. Se aprovechaba también de ella para orar, ya levantando el
corazón a Dios, ya con el rezo del breviario. Procuraba siempre decir alguna
palabra a los que trabajaban en los campos, y con el rosario en la mano,
metíase en los tortuosos senderos que cruzaban por entre las espesuras de
tilos. Su alma mística estaba hambrienta de soledad y de paz. En medio de
aquella encantadora naturaleza, su pecho, acostumbrado a los puros efluvios de
las brisas, se dilataba a su gusto. ¡Ah! Hacía bien en disfrutar; se acercaba
el tiempo en que no tendría ni una hora de reposo, y viviría como entre
paredes, sin la frescura del aire ni el calor del sol. Su mayor satisfacción,
se ha dicho de este nuevo Francisco de Asís, era rezar en el bosque. Solo allí
con su Dios, contemplaba sus grandezas y se servía de todo, aun del canto de
las aves, para elevarse hasta El”.
“El Cura de Ars”, por Francis Trochu.