“Me gozo en las obras de tus manos”

Salmo 91, 5.

sábado, 12 de diciembre de 2015

El alba





A las cuatro de la mañana
la noche entraba en agonía.
Fue una agonía decorosa,
sin lamentos ni despedidas.

Por la gran alcoba del mundo
las sombras iban y venían,
con ese aire sin esperanza
que dan las cosas presentidas.
Afuera estaban las estrellas
-como quien dice las vecinas-
dando señales del desvelo
en sus pupilas amarillas
y el viento, errando como un perro
por la ciudad descomedida,
acentuaba la moribunda
desolación de las esquinas.

De pronto, vimos que la noche
se quedaba inmóvil y fija
como si un frío le clavara
su cuchilla definitiva.
Y filtró la luz de la muerte
por las rendijas de la vida
mientras las sombras silenciosas
iban cayendo de rodillas.
De este modo murió la noche,
antes de que llegara el día.
Fue una muerte con señorío,
una muerte casi magnífica.

En la penumbra del cadáver
la lividez se repartía,
como una lenta inundación
de primavera y de neblina.
Eso fue todo. Una agonía
sin lamentos ni despedidas.
Sólo en el canto de los gallos
la tristeza se conocía.
Cuando las últimas estrellas
estaban casi consumidas,
vimos pasar la madrugada
como una vieja que va a misa.

JUAN OSCAR PONFERRADA