En
realidad, Dios hace el mundo a cada instante. Crea sin discontinuidad. A cada
instante crea esas miríadas de seres que componen el universo. Crea los
infinitamente pequeños y los infinitamente grandes. ¡Cuánto más real y
bienhechora idea tendríamos del poder infinito, si miráramos el mundo de esta
manera! ¡Cuánto mejor sentiríamos nuestra dependencia de Dios y nuestra
necesidad de gratitud, si tuviéramos
más
conciencia de esa acción
continuamente creadora de Dios sobre todo lo que nos rodea, como también sobre nosotros mismos. Y
sobre todo, cuánto más serenamente nos abandonaríamos a los cuidados incesantes
de ese Dios que es a la vez todo poder y todo amor!
Pero la omnipotencia divina y la grandeza de
Dios resaltan mucho más aún si pensamos que Dios ha hecho y hace sin cesar
todas esas maravillas con su solo pensamiento lleno de amor. Dios piensa y anima
todas las cosas con un amor que quiere su existencia. Eso basta. Por el mismo
hecho, todas esas cosas existen. Dios piensa los lirios del campo y las flores
de los valles, más hermosas que las vestiduras de Salomón. Piensa cada
florecilla con sus delicados matices y su corona de pétalos, más graciosos que
un encaje de Suiza. Cada brizna de hierba o de musgo es a cada instante amorosamente
pensada por El. Piensa esos minúsculos insectos que se encierran en ellos y
escapan a nuestras miradas. Y Dios piensa también, es decir, crea con su solo
pensamiento, ese mundo inmenso ante el cual somos tan pequeños. Piensa los osos
blancos y los esquimales de los mares glaciales, lo mismo que los pobres negros
de las regiones del trópico y los tigres y paquidermos de las Indias. Piensa la
gamuza ágil y juguetona que salta entre los glaciares inaccesibles y el
monstruo que se desliza en el fondo de los mares.
Todo el universo es su pensamiento. Y todo esto lo piensa y lo crea en un acto
único y simplísimo, muy fácil y apacible, de su eterno e inmutable pensamiento.
Dios ve en su pensamiento nuestro universo, y nuestro universo existe. No hay
sombra de esfuerzo o de duda, ni huella de cambio en el pensamiento divino.
¡Oh grandeza incomprensible de mi Dios! ¡Qué
somos pues nosotros, pobres seres humanos, ante Ti! ¡Qué es nuestro pensamiento
comparado con el tuyo! Ante Ti los
hombres más sabios se confunden con los indoctos en una misma ignorancia
radical, en una misma absoluta impotencia. Los mayores genios de la tierra,
¿qué pueden producir con su solo pensamiento? Como un hábil pintor, pueden
ciertamente reproducir sobre la tela dócil de su imaginación escenas deliciosas
y variadas, encantadores paisajes. Pueden crear en su espíritu magníficos
poemas, patéticos dramas donde se agitan mil actores, pero todo esto no es más
que un pensamiento. Todos esos personajes no viven sino en el orden ideal. No
viven por el mismo hecho en el orden real. No reciben,
por el solo efecto de ese pensamiento, una existencia real, objetiva.
Tú solo, Dios mío, Tú solo produces. Tú solo
creas. Tú solo haces existir con tu solo pensamiento, al desearnos libre y
amorosamente el ser. Tú piensas, y las cosas que quieres llamar a la existencia
son como Tú las habías pensado. Tú piensas esos soles inmensos de las
estrellas, y esos soles arden, brillan sin cesar para Ti. Tú piensas esos
millones de seres, anónimos en su mayor parte, que alimentan los abismos del océano,
y esos seres se deslizan incontables por los mares. Tú piensas, y todo es,
todo vive. El mundo entero es un poema magnífico, un drama emocionante de tu
pensamiento cristalizado, con todas sus infinitas peripecias, cuyo autor eres
Tú. ¡Oh gran Dios! ¡Oh pensamiento supremo e incomparable! Pensamiento
eternamente fecundo y subsistente, ¡cuán nada somos ante Ti! ¡Cuán propio nos
es el confundirnos entre el polvo a tus pies!
Pero hay una cosa más admirable aún y muy poco
conocida. El espíritu infinito, el ser sin límites que crea todas las cosas con
su solo pensamiento amantísimo, que les da la existencia por amor, no se separa
sin embargo de su ínfima y despreciable creatura, que sin su auxilio dejaría de
existir. La creatura existe con una existencia propia suya, pero sin embargo
existe en el seno mismo de Dios. La infinita inteligencia, está y permanece en
el fondo de toda creatura, en el fondo de cada uno de sus pensamientos. Vive en
ella, circula en ella, la impregna y la inunda de sí mismo.
Paul de
Jaegher, S.J. “Confianza”.