Nada mejor que el cirio, entre las materialidades del culto, para simbolizar vivamente la presencia-ausencia del ser humano, para representarle en figura. Aquella forma ingenua de la vernácula religiosidad que tan profundamente puebla camarines de santuario de fotografías personales o de otros retratos votivos –y que, después de todo, tuvo un antecedente egregio en la iconografía de los monumentos funerarios y en las imágenes de donador, incluidas en retablos ilustres-, no alcanza, no, la plenitud de sentido que este simple tubillo de cera, con un pábulo por eje y que el fuego hace hablar, a tiempo de consumirle. Sobre el altar, el cirio es imagen de Jesucristo. Ante el altar, imagen del Hombre. La cera del cirio es la imagen del Hombre. El pábulo, de su alma. La llama, de su Angel. Sin pretenderse perdurable, como el retrato; frágil en el frío y maleable en el calor; humilde, pero erecto; a todos sus hermanos parecido, aunque entre todos solitario; humilde en la estampa, pero sabedor de sus posibilidades de luz, trasúntanse en el cirio la miseria y la grandeza de la condición human: el destino de lo que fue, en su origen según la natura, secreción de insecto y contiene, en su figurativa entidad según el espíritu, vocación de idea.
El cirio es, en fin, entre las materialidades del culto, aquella que nos ofrece seguridades mejores de no terminar en basura.
EUGENIO D’ORS
El cirio es, en fin, entre las materialidades del culto, aquella que nos ofrece seguridades mejores de no terminar en basura.
EUGENIO D’ORS