“Me gozo en las obras de tus manos”

Salmo 91, 5.

miércoles, 30 de diciembre de 2009

Fugaces reflejos



¿Por qué ha de morir la rosa;
el día, por qué ha de morir;
por qué muere la sonrisa;
por qué se seca el jazmín?

Son destellos del Bien Sumo;
del Bien que no tiene fin.
Con sus fugaces reflejos,
vislumbramos su existir.

¿Por qué muere el inocente;
por qué no hay dicha sin fin;
por qué corre y corre el tiempo,
como implacable mastín?

No preguntes, alma mía;
que Dios nos vino a decir,
que creó el hombre para el Cielo
y una Eternidad feliz.


Ángel Luis Miguel Salvat


El poeta frente a el horror de esta época

Ud. es poeta y por lo tanto su mente “está abierta a las imágenes del mundo”, como me dijo una vez el grande y tormentoso Lugones. El poeta tiene sueños cosmirreveladores, ve fantasmas, hados y elfos, un trueno lejano le hace estremecer y la luz de una estrella se le hunde en los huesos. Eso es un privilegio por cierto; pero comporta riesgos graves.
En eso coincidimos. Yo siento lo mismo que Ud. el horror de esta época y la necesidad de oponerse a ese horror, si quiero salvar mi alma. Ese horror carga sobre mí incluso físicamente, en forma que me volvería loco si no tuviera fe en Dios.

P. Castellani – Carta a Barletta.

A los hombres que sufren...



A los hombres que sufren les gusta visitar el bosque. Les parece que él sufre y calla con ellos, como si entendiera mucho de sufrir y estar sereno y orgulloso en el sufrimiento. Al sufriente le gusta visitar aquello que lo abarca con la actitud orgullosa y libre del padecimiento. En todo caso aprende del bosque la calma, y la transfiere entonces a su sufrimiento”.

Robert Walser – La composiciones de Fritz Kocher

Lluvia de lunes por la mañana

Cuánta lluvia no querida
alberga este cuerpo vencido,
naufragio al fin asumido
en la savia de mi vida.

La lluvia que hoy aletarga
de enfermos postergados
sin amores y postrados
esperanzas fatigadas.

No hay dolor imperturbable
como la lluvia que anega
lo que hay que aprender revela,

en humilde reciedumbre,
sobre toda incertidumbre
recuerda que Dios ordena.

F. M.

Primera lluvia de otoño



Cae una lluvia tan fina
que no parece que llueve...
Más bien es como el recuerdo
de otra lluvia, que florece
en la memoria de todos
callada y súbitamente.
Más bien es como el ensueño
del cielo, que se desteje
sobre los árboles quietos
del paisaje transparente.
Más bien es como una pena
que desde las nubes vierte
su mojada melodía
para que en el mundo sueñen.

Cae una lluvia tan fina
que no parece que llueve...
Seguramente hay enfermos
que la escuchan tristemente
como si cayera dentro
de sus pobres pechos débiles,
ensombreciendo en crepúsculo
el paisaje transparente,
apurando el paso grave,
misterioso de la muerte.
Hay, seguramente, madres
que al oír llover padecen
y enfermos que entre la lluvia
ven cómo crece la muerte...

Cae una lluvia tan fina
que no parece que llueve...


Francisco López Merino


Ante el retrato de una desconocida



Yo no sé quién será. Pero hoy la he visto
en admirables tintas perfilada.
He abismado sus ojos. Tras ellos,
en busca de una chispa de misterio,
sentí que se iba mi alma en la mirada!

Vaga en su rostro del amor primero
la sublime expresión,
y bajo el terciopelo de sus cejas
una chispa incendiaria juguetea
del fuego en que se abrasa el corazón!

Confusas las ideas en la mente,
no alcanzo a comprender lo que sentí;
sólo sé que hoy los hombres no aborrezco,
y que entre locas ambiciones veo
abierto un nuevo mundo para mí!

¡Nuestra suerte es así! Subir llorando
la cumbre artificial del egoísmo,
retar la sociedad, lanzarle el guante...
¡Y tras de una mujer que nos atrae,
cual todos despeñarse en el abismo!...


Carlos Pessoa Véliz


La lluvia, allá afuera



Oh poeta, que le cantas a la lluvia
estando a bien cubierto,
tus palabras parecen calumnia
pues no saben valorar el gesto
sino en la comodidad sin flor
y sin espinas
de quien no sabe vivir enhiesto;
tú que escuchas la desperezada insistencia
de la lluvia allá afuera,
en la contrariedad que es el amor
de Dios que te ha dado el verbo,
no comprendes a la tierra sedienta
pues tu sed es sólo la punzada
de una confortable siesta;
y es la imagen dadivosa de la lluvia
la que cae del cielo para alzar tu pena
con tu confiada plegaria
si quisieras tenerla.
No sabes tú, poeta, penar como es debido
pues caes en el olvido
o en los recuerdos te anegas;
oh poeta, que le cantas a la lluvia
tristemente y sin la puerta abierta;
comprende de una vez que es Dios
el supremo e infalible Poeta.


F. M.

Lunita mía



Lunita bella,
Junto a tu estrella
Me olvido de ella.

Lunita hermosa,
Tan primorosa
Más que esa moza.

Lunita mía,
Su voz mentía
No era mía.

Lunita llena,
Redonda y plena
Quitas mi pena.

Lunita alta,
Nada me falta
Mi boca canta.


F. M.


Calma



La Luna estampa en el cielo
su faz de moneda nueva.
Sobre el trigal amarillo
hay parpadear de candelas.

Los pinos son misteriosos
en esta noche tan clara,
y hasta el ladrar de los perros
trae emoción a mi alma.

Junto al pozo, que está en ruinas,
florece una madreselva.
En la polea gastada
un joven gajo se enreda.

Y no se escucha un murmullo
ni se oye un rumor de agua,
¡parece que el ruido duerme
o que el silencio soñara!

Pasa un muchacho cargado
con un haz de alfalfa tierna.
¡Hasta el alma se me filtra
este buen olor a hierba!

Y es tan serena la noche
y es tan intensa la calma,
que se adormece mi angustia
y se evaporan mis lágrimas.


Juana de Ibarbourou



El árbol



No he visto verso más perfecto
que este árbol claro, fino y recto:
el tronco yergue en un cimbreo blando
como una niña andando

sobre raíz que agarra el suelo cual
un ancla inteligente y desigual
para abrirse en la cúpula sombría
filtro armonioso al fiero mediodía

y hacer de flores blancas un alarde
sobre el regazo rojo de la tarde

y una gota de sangre en el bochinche:
en la copa hay un nido de churrinche.

De veras nunca verso vi perfecto
como este árbol aquí, sencillo y recto:

un verso lo hace un loco como yo;
un árbol sólo el Dios que nos creó.


Leonardo Castellani

Himno al árbol



Árbol hermano, que clavado
por garfios pardos en el suelo,
la clara frente has elevado
en una intensa sed de cielo:

hazme piadoso hacia la escoria
de cuyos limos me mantengo,
sin que se duerma la memoria
del país azul de donde vengo.

Árbol que anuncias al viandante
la suavidad de tu presencia
con tu amplia sombra refrescante
y con el nimbo de tu esencia:

haz que revele mi presencia,
en la pradera de la vida,
mi suave y cálida influencia
de criatura bendecida.

Árbol diez veces productor:
el de la poma sonrosada,
el del madero constructor,
el de la brisa perfumada,
el del follaje amparador;

el de las gomas suavizantes
y las resinas milagrosas,
pleno de brazos agobiantes
y de gargantas melodiosas:

hazme en el dar un opulento.
¡Para igualarte en lo fecundo,
el corazón y el pensamiento
se me hagan vastos como el mundo!

Y todas las actividades
no lleguen nunca a fatigarme:
¡las magnas prodigalidades
salgan de mí sin agotarme!

Árbol donde es tan sosegada
la pulsación del existir,
y ven mis fuerzas la agitada
fiebre del mundo consumir:

hazme sereno, hazme sereno,
de la viril serenidad
que dio a los mármoles helenos
su soplo de divinidad.

Árbol que no eres otra cosa
que dulce entraña de mujer,
pues cada rama mece airosa
en cada leve nido un ser:

dame un follaje vasto y denso,
tanto como han de precisar
los que en el bosque humano –inmenso-
rama no hallaron para hogar.

Árbol que dondequiera aliente
tu cuerpo lleno de vigor,
levantarás eternamente
el mismo gesto amparador

haz que a través de todo estado
-niñez, vejez, placer, dolor-
levante mi alma un invariado
y universal gesto de amor.


Gabriela Mistral

Las aves del cielo



Las aves del cielo
descansan amables,
sin saber del miedo,
cantando inefables.

Viven en árboles
sacados de un cuento
con ramas gigantes,
hojas como el viento.

Su canto es anhelo
de alabanza afable,
alegre su cielo,
el tiempo un detalle.

Lejos del murmullo
de voces pedantes,
ofrecen su arrullo
cual simples infantes.

Abajo escucho
cerrando los ojos,
no les pido mucho:
libarme de abrojos,

sentir el consuelo
que hombres no tienen,
las aves del cielo
de Dios me lo obtienen.


F. M.


Poesía

El que escribe poesía
debe estar enamorado,
rendir culto a porfía
al Creador en lo creado.

No se concibe el amor
a través de lo expresado,
porque es un regalo de Dios
que te hace un enajenado.

Se percibe en lo cantado
sea árbol, mujer o cruz,
junto a lo representado
una misteriosa salud.

No surge de la materia
descubrir lo inexplorado,
aquella cosa tan seria
intocable por tu mano.

Es de Dios gozoso canto
recompensa del buen amor,
de invisible luz encanto
y arrobo sin explicación.

F. M.