“Me gozo en las obras de tus manos”

Salmo 91, 5.

martes, 14 de agosto de 2012

ASUNCION DE LA VIRGEN MARIA: DOGMA DE FE


ASUNCIÓN DE LA SMA VIRGEN MARIA





Proclamación del Dogma por S.S. Pío XII.

ASUNCION DE LA VIRGEN MARIA

San Bernardo: Sermón en la Asunción de la Sma. Virgen a los cielos


1. Subiendo hoy a los cielos la Virgen gloriosa, colmó sin duda los gozos de los ciudadanos celestiales con copiosos aumentos, pues ella fue la que, a la voz de su salutación, hizo saltar de gozo a aquel que aún vivía encerrado en las maternas entrañas. Ahora bien, si el alma de un -párvulo aún no nacido se derritió en castos afectos luego que habló María, ¿cuál pensamos sería el gozo de los ejércitos celestiales cuando merecieron oír su voz, ver su rostro y gozar de su dichosa presencia? Mas nosotros, carísimos, ¿qué ocasión tenemos de solemnidad en su asunción, qué causa de alegría, qué materia de gozo?

Con la presencia de María se ilustraba todo el orbe, de tal suerte que aun la misma patria celestial brilla más lucidamente iluminada con el resplandor de esta lámpara virginal. Por eso con razón resuena en las alturas la acción de gracias y la voz de alabanza, pero para nosotros más parece debido el llanto que el aplauso. Porque ¿no es, por ventura, natural, al parecer, que cuanto de su presencia se alegra el cielo otro tanto llore su ausencia este nuestro inferior mundo? Sin embargo, cesen nuestras quejas, porque tampoco nosotros tenemos aquí ciudad permanente, sino que buscamos aquella a la cual María purísima llega hoy. Y si estamos señalados por ciudadanos suyos, razón será que, aun en el destierro, aun sobre la ribera de los ríos de Babilonia, nos acordemos de ella, tomemos parte en sus gozos y participemos de su alegría., especialmente de aquella alegría que con ímpetu tan copioso baña hoy la ciudad de Dios, para que también percibamos nosotros las gotas que destilan sobre la tierra. Nos precedió nuestra reina, nos precedió, y tan gloriosamente fue recibida, que confiadamente siguen a su Señora los siervecillos clamando: Atráenos en pos de ti y correremos todos al olor de tus aromas. Subió de la tierra al cielo nuestra Abogada, para que, como Madre del Juez y Madre de misericordia, trate los negocios de nuestra salud devota y eficazmente.

2. Un precioso regalo envió al cielo nuestra tierra hoy, para que, dando y recibiendo, se asocie, en trato feliz de amistades, lo humano a lo divino, lo terreno a lo celestial, lo ínfimo a lo sumo. Porque allá ascendió el fruto sublime de la tierra, de donde descienden las preciosísimas dádivas y los dones perfectos. Subiendo, pues, a lo alto, la Virgen bienaventurada otorgará copiosos dones a los hombres. ¿Y cómo no dará? Ni le falta poder ni voluntad. Reina de los cielos es, misericordiosa es; finalmente, Madre es del Unigénito Hijo de Dios. Nada hay que pueda darnos más excelsa idea de la grandeza de su poder o de su piedad, a no ser que alguien pudiera llegar a creer que el Hijo de Dios se niega a honrar a su Madre o pudiera dudar de que están como impregnadas de la más exquisita caridad las entrañas de María, en las cuales la misma caridad que procede de Dios descansó corporalmente nueve meses.

3. Y estas cosas, ciertamente, las he dicho por nosotros, hermanos, sabiendo que es dificultoso que en pobreza tanta se pueda hallar aquella caridad perfecta que no busca la propia conveniencia. Mas con todo eso, sin hablar ahora de los beneficios que conseguimos por su glorificación, si de veras la amamos nos alegraremos inmensamente al ver que va a juntarse con su Hijo. Sí, nos alegraremos y le daremos el parabién, a no ser que, como esté lejos de nosotros, quisiéramos mostrarnos ingratos con aquella que nos dio al autor de la gracia. Hoy es recibida la Virgen en la celestial Jerusalén por Aquel a quien ella recibió al venir a este mundo; pero ¿quién será capaz de expresar con palabras con cuánto honor fue recibida, con cuánto gozo, con cuánta alegría? Ni en la tierra hubo jamás lugar tan digno de honor como el templo de su seno virginal, en el que recibió María al Hijo de Dios, ni en el cielo hay otro solio regio tan excelso como aquel al que sublimó hoy para María el Hijo de María. Feliz uno y otro recibimientos, inefables ambos, porque ambos a dos trascienden toda humana inteligencia. ¿Mas a qué fin se recita hoy en las iglesias de Cristo aquel pasaje del Evangelio en que se significa cómo la mujer bendita entre todas las mujeres recibió al Salvador? Creo que a fin de que este recibimiento que hoy celebramos se pueda conocer de algún modo por aquél, o, más bien, a fin de que, según la inestimable gloria de aquél, se conozca también que esta gloria es inestimable. Porque ¿quién, aunque pueda hablar con las lenguas de los hombres y de los ángeles será capaz de explicar de qué modo, sobreviniendo el Espíritu Santo y haciendo sombra la virtud del Altísimo, se hizo carne el Verbo de Dios, por quien fueron hechas todas las cosas ¿Cómo el Señor de, la majestad, que no cabe en el universo de las criaturas, se, encerró a sí mismo, hecho hombre, dentro de las entrañas virginales?

4. Pero ¿y quién será suficiente para pensar siquiera cuán gloriosa iría hoy la reina del mundo y con cuánto afecto de devoción saldría toda la multitud de los ejércitos celestiales a su encuentro? ¿Con qué cánticos sería acompañada hasta el trono de la gloria, con qué semblante tan plácido, con qué rostro tan sereno, con qué alegres abrazos sería recibida del Hijo y ensalzada sobre toda criatura con aquel honor que Madre tan grande merecía, con aquella gloria que era digna de tan gran Hijo? Felices enteramente los besos que imprimía en sus labios cuando mamaba y cuando le acariciaba la madre en su regazo virginal. Mas, ¿por ventura, los juzgaremos más felices los que de la boca del que está sentado a la diestra del Padre recibió hoy en la salutación dichosa, cuando subía al trono de la gloria cantando el cántico de la Esposa y diciendo: Béseme con el beso de su boca? Porque cuanto mayor gracia alcanzó en la tierra sobre todos los demás, otro tanto más obtiene también en los cielos de gloria singular. Y si el ojo no vio ni el oído oyó, ni cupo en el corazón del hombre lo que tiene Dios preparado a los que le aman; lo que preparó a la que le engendró y (lo que es cierto para todos) a la que amó más que a todos, ¿quién lo hablará? Dichosa, por tanto, María, y de muchos modos dichosa, o recibiendo al Salvador o siendo ella recibida del Salvador. En lo uno y en lo otro es admirable la dignidad de la Virgen Madre; en lo uno y en lo otro es amable la dignación de la Majestad. Entró, dice, Jesús en un castillo y una mujer le recibió en su casa. Pero más bien nos debemos ocupar en las alabanzas, pues se debe emplear este día en elogios festivos. Y pues nos ofrecen copiosa materia las palabras de esta lección del Evangelio, mañana también, concurriendo, nosotros juntamente, será comunicado sin envidia lo que se nos dé de arriba, para que en la memoria de tan grande Virgen no sólo se excite la devoción, sino que también sean edificadas nuestras costumbres para aprovechamiento de la conducta de nuestra vida, en alabanza y gloria de su Hijo, Señor nuestro, que es sobre todas las cosas Dios bendito por los siglos. Amén.


LOS DEMONIOS Y EL SANTO ROSARIO



Pasajes del libro
“El Secreto Admirable del Santo Rosario”,
de San Luis María Grignon de Montfort:

El Rosario completo, con sus 3 coronas, consiste en una repetición de Avemarías. Es una serie de 153 Avemarías, más 16 Padrenuestros y Glorias. La Santísima Virgen reveló que es señal probable de condenación tener negligencia, tibieza y aversión al Avemaría; y que los que -por el contrario- sienten devoción a esta oración poseen una gran señal de predestinación. Todos los herejes llevan las señales evidentes de la condenación, tienen horror al Avemaría; aprenden el padrenuestro, pero no el Avemaría y preferirían llevar sobre sí una serpiente antes que un Rosario. Entre los católicos, los que llevan el signo de la reprobación apenas se interesan en el Rosario, son negligentes en rezarlo o lo rezan con fastidio y precipitadamente.

Predicando Santo Domingo el Rosario en Carcasona (al Sur de Francia, a comienzos del s. XIII), le llevaron un hereje poseso; el santo lo exorcizó en presencia de más de doce mil personas. Los demonios que poseían a este miserable estaban obligados a responder las preguntas del santo, y confesaron:

Que eran quince mil demonios los que había en el cuerpo del poseso, porque había atacado los quince misterios del Rosario. Que con el Rosario que él predicaba llevaba el terror y el espanto a todo el infierno (esto es, las huestes infernales), y que era el hombre que más odiaban en todo el mundo a causa de las almas que les quitaba con la devoción del Rosario.

Santo Domingo arrojó su Rosario al cuello del poseso y les preguntó a cuál de los santos del cielo temían más y cuál debía ser más amado y honrado por los hombres. A esta pregunta los demonios prorrumpieron en gritos tan espantosos que la mayor parte de los oyentes cayó en tierra sobrecogida de espanto. Los espíritus malignos, para no responder, lloraban y se lamentaban de un modo tan conmovedor que muchos de los asistentes lloraban también por compasión. Los demonios decían por boca del poseso con voz lastimera: "¡Domingo! ¡Domingo! ¡Ten piedad de nosotros! ¡Te prometemos no hacerte daño!"

El Santo, sin inmutarse por estas dolientes palabras, respondió a los demonios que no cesaría de atormentarlos hasta que hubieran respondido a la pregunta. Dijeron los diablos que responderían, pero en secreto y al oído. Insistió el santo, ordenándoles que hablasen muy alto. Los diablos no quisieron decir palabra. Entonces santo Domingo, puesto de rodillas, hizo a la Santísima Virgen esta oración: "Oh excelentísima Virgen María, por la virtud de tu salterio y Rosario, ordena a estos enemigos del género humano que contesten a mi pregunta."

Los diablos exclamaron: "Domingo, te rogamos, por la pasión de Jesucristo y por los méritos de su santa Madre y los de todos los santos, que nos permitas salir de este cuerpo sin decir nada, porque los ángeles, cuando tú quieras, te lo revelarán. Nosotros somos embusteros. ¿Por qué quieres creernos? No nos atormentes más, ten piedad de nosotros." "Desgraciados sois" dijo santo Domingo, y, arrodillándose, dirigió esta nueva oración a la Santísima Virgen: "Oh dignísima Madre de la Sabiduría,… te ruego, para la salud de los fieles aquí presentes, que obligues a estos tus enemigos a que abiertamente confiesen aquí la verdad completa y sincera”.

Apenas había terminado esta oración, vio cerca de él a la Santísima Virgen, rodeada de una multitud de ángeles, que con una varilla de oro que tenía en la mano golpeaba al endemoniado, diciéndole: "Contesta a la pregunta de mi servidor Domingo." 

Entonces los demonios comenzaron a gritar, diciendo: "¡Oh enemiga nuestra! ¡Oh ruina y confusión nuestra! ¿Por qué viniste del cielo a atormentarnos en forma tan cruel? ¿Será preciso que por ti, ¡oh abogada de los pecadores, a quienes sacas del infierno; oh camino seguro del cielo!, seamos obligados -a pesar nuestro- a confesar delante de todos lo que es causa de nuestra humillación y ruina? ¡Ay de nosotros! ¡Maldición a nuestros príncipes de las tinieblas! ¡Oíd, pues, cristianos! Esta Madre de Cristo es omnipotente, y puede impedir que sus siervos caigan en el infierno. Ella, como un sol, disipa las tinieblas de nuestras astutas maquinaciones. Descubre nuestras intrigas, rompe nuestras redes y reduce a la inutilidad todas nuestras tentaciones. Nos vemos obligados a confesar que ninguno que persevere en su servicio se condena con nosotros. Un solo suspiro que Ella presente a la Santísima Trinidad vale más que todas las oraciones, votos y deseos de todos los santos. La tememos más que a todos los bienaventurados juntos y nada podemos contra sus fieles servidores.

Tened también en cuenta que muchos cristianos que la invocan al morir y que deberían condenarse según las leyes ordinarias, se salvan gracias a su intercesión. ¡Ah! Si esta Marieta -así la llamaban en su furia- no se hubiera opuesto a nuestros designios y esfuerzos, ¡hace tiempo habríamos derribado y destruido a la Iglesia y precipitado en el error y la infidelidad a todas sus jerarquías! Tenemos que añadir, con mayor claridad y precisión -obligados por la violencia que nos hacen- que nadie que persevere en el rezo del Rosario se condenará. Porque Ella obtiene para sus fieles devotos la verdadera contrición de los pecados, para que los confiesen y alcancen el perdón de ellos".

Entonces Santo Domingo hizo rezar el Rosario a todo el pueblo muy lenta y devotamente, y a cada Avemaría que el santo y el pueblo rezaban -¡cosa sorprendente!- salían del cuerpo de este desgraciado una gran multitud de demonios en forma de carbones encendidos. Este milagro fue causa de la conversión de gran número de herejes, que incluso se inscribieron en la Cofradía del Santo Rosario, como sucedió con el poseso.

Termino citando a gran Apóstol del Rosario, san Luis M. G. de Montfort: “créanme que recibirán la corona que no se marchitará jamás si se mantienen fieles en rezar (el Rosario) devotamente hasta la muerte… No obstante la enormidad de sus pecados, aunque estuvieran ya al borde del abismo…, se convertirán tarde o temprano y se salvarán, siempre que, lo repito, recen devotamente, todos los días hasta la muerte el Santo Rosario con el fin de conocer la verdad y alcanzar la contrición y perdón de los pecados”.


¡Ave María Purísima!

ORACION POR LOS ENFERMOS

LA ORACION
POR LOS
ENFERMOS



Señor, mira los santos protectores
que en torno tuyo ruegan
por los enfermos…Lázaro, patrono
de los leprosos; Sérvula
contra la convulsión; Estanislao
de los males cardíacos; del reuma
San Babil; de la peste asoladora
San Roque; Juan de Dios de la demencia;
Tobías y Lucía, de los ojos;
Maro, de la cabeza.
Señor, ten compasión de nuestra carne
que hiciste tuya al encarnar en ella;
Tú, Varón de dolores
a quien llamó el Profeta
“el que sabe qué son enfermedades…”
Señor, ese leproso, esa sangrienta
y amoratada faz, que imagen tuya
y semejanza fue, Señor, que sienta
que un vivo ardor su sangre purifica
de su putrefacción, y una piel nueva
tersa y rosada cual de niño, cubra
sus deshonrosas pústulas abiertas.
Que ese mudo, Señor, note que el triste
dogal que ata sus labios desenredas
y que le haces señor de su silencio
y el tesoro de signos de la idea
vuelva a hallar, misteriosos y sutiles,
y que ponga su lengua
sus nombres a las cosas,
las cosas que es preciso que se sepa
para ésta y la otra vida…
Que ese ciego,
que esas que inútilmente parpadean
sumidas en la noche, esas pupilas,
blancas, sin expresión, pupilas huérfanas
de la luz, jubilosamente rompan
su velo atroz, y de repente, ¡vean!
Y de repente vean embriagadas
vida, color, matiz, rosas, praderas
y el rostro en flor del hijo pequeñuelo
y el venerable de la madre vieja
y encima el sol, y encima la que hiciste
bóveda azul del cielo y sus estrellas
para que alcen los ojos los que sufren
y levanten las mentes los que piensan…
Señor, que un grito férvido
de inefable sorpresa
resuene y se repita
en medio el grupo que al tullido cerca
al ver que se alza súbito,
quebrada la cadena
de sus miembros y asiendo la camilla
como en las narraciones evangélicas
corre y se postra ante el Viril dorado
mientras el grito de la turba inmensa
de “milagro, milagro de la Virgen”
hasta las márgenes del Gave llega.
Señor, que los oídos
a ese sordo devuelvas:
esas puertas del alma
por las que el alma de los otros entra
a nosotros, con alas de sonidos,
y se nos une y abre, viva y trémula;
Señor, que del silencio que lo envuelve
huya por fin la soledad eterna
y torne a hallar su oído
las canciones ingenuas
que su madre cantaba
cabe su cabecera…
Y que ese, sobre todos desdichado,
pobre demente, buen Jesús, que brega
en triste caos de espectrales sombras
en turbio mar de alborotadas crestas
en limbo innoble, en confusión inútil,
en lobreguez no conocida y tétrica
¡que retorne a la vida
suave, grave, serena,
del pensamiento, la razón recobre
que es todo nuestro ser, y que comprenda…!
Que comprenda…si no por qué se mueve
sereno el sol en la azulada esfera
y cómo de un granito sepultado
brotan del suelo las espigas densas,
a lo menos, por qué le diste vida
y para qué sufrimos en la tierra
y que en Ti fructifican nuestras lágrimas
y eres el sol de toda inteligencia.
Señor, consuela al triste
y sostén al que tiembla
y dá alivio al dolor
pecador…Así sea.
… … … … … … … … … … … … … …
Pero si no conviene
y si no puede ser, pues tu Presciencia
ve que…no debe ser, porque razones
inexcrutables y adorables, fuerzas
que no le es dado al hombre ver, y leyes
divinas lo prescriben…¡Tú lo ordenas,
en fin, y tú lo quieres! – si es preciso
que aguanten, como Tú, la cruz a cuestas
y tres horas agónicas, y acaten
tu voz, bajando al polvo la cabeza
y creyendo que el Padre que los hiere
no es distinto del Padre que los besa
pero que es Dios…Señor, entonces, dales
lo que es mejor aún, dales la buena,
santa y divina, la inefable y mansa,
la iluminada y ciega
y todopoderosa
paciencia.

Traducción de Jerónimo del Rey
(Padre Castellani)






MI ALMA ANTIGUA DE NIÑO

Balada de la placeta (fragmento)

Se ha llenado de luces
mi corazón de seda,
de campanas perdidas,
de lirios y de abejas;
y yo me iré muy lejos,
más allá de esas sierras,
más allá de los mares,
creca de las estrellas,
para pedirle a Cristo
Señor, que me devuelva
mi alma antigua de niño,
madura de leyendas,
con el gorro de plumas
y el sable de madera.

Federico García Lorca

COMO UN ARBOL

Como un árbol


Como un árbol, de fuerte y de sereno;
como un árbol, tan bueno,
tan útil quiero ser.

Como un árbol que el viento, si lo azota
dejando alguna de sus ramas rota,
humildemente vuelve a florecer…

Quiero ser como un árbol florecido
que en cada rama sostuviera un nido:
armonía y canción.

Y que al beso del sol de primavera
que el ritmo de las savias acelera
es todo un corazón.

Ser fuerte, más sensible, como el pino
que hace vibrar en su ramaje fino
toda la escala musical…

Y si en su tronco se abre alguna herida,
desangra el útil oro de su vida
en aromado líquido cristal.

Ser como el árbol familiar que ampara
la casa solariega y le depara
abrigo, sombra, fuego en el hogar.

Y que al mostrar su copa, a la distancia,
anticipa la íntima fragancia
del amable lugar.

Lograr erguirse como añoso roble
cuya altiva expresión de orgullo noble
no es orgullo, sino serenidad…

Y, al domeñar mi corazón de hombre,
ser un amor sin límite ni nombre,
una anónima suma de bondad.

Juan Burghi

LA MUJER


La mujer

…Y canta a la mujer cuando la veas
en el trono de reina de su casa,
o ante la cuna acariciando al hijo,
o ante el sepulcro derramando lágrimas,
o en las sombras de un claustro recluida,
o esperando al esposo desvelada,
o en el templo cantándole a la Virgen
dudas, temores, inquietudes, ansias…
¡Cántala doquiera que la veas
ángel o mártir, heroína o santa!
Y si tienes un día
la pena de encontrarla
caída en la infamia
donde a los suyos el infierno enfanga
y no puedes hacer el bien supremo
de redimir su alma…
en vez de una canción fustigadora,
dedícale en silencio una plegaria…
Mejor que ver la llaga al microscopio
es cubrirla de bálsamo y curarla.

J. M. Gabriel y Galán