“Me gozo en las obras de tus manos”

Salmo 91, 5.

miércoles, 10 de junio de 2015

Dios dentro de sí




“El que de verdad ama a Dios, no tiene necesidad de buscar a Dios fuera de sí, porque dentro de sí le hallará siempre que le busque; porque fuera del común modo de estar en todas las criaturas por esencia, presencia y potencia, le tiene en sí como en su cielo, que cielo es y gloria del Esposo la ánima del varón justo.
Pues si tienes verdaderamente a solo Dios y a solo El miras y amas y a ti y a todas las cosas por El, nadie en el mundo te podrá ser impedimento…Y no basta pensar en Dios en este ejercicio, porque luego que ese pensamiento se acabare te hallarías solo y apartado de Dios, sino que es necesario tener a Dios (si así se puede decir), esenciado, fijo y entrañado en el corazón; quiero decir: hecho ánima del ánima y esencia de nuestra esencia.
El que de esta manera vive, siempre halla en sí una simple, amorosa y continua propensión a Dios”.


Fray Juan de los Ángeles – Conquista del Reino de Dios, Diál. X, pf. XIII.

El viaje – Ernest Hello




I

Con frecuencia se ha comparado la vida con un viaje; no por ser añeja, ha dejado la comparación de ser justa.
La ilusión del deseo siéntese viajando más que en cualesquiera otras ocasiones. Durante el viaje, el hombre que desea y reflexiona acerca de su deseo, cae, si quiere, en flagrante delito de ilusión.
Estando en París, no se quisiera, ni aun cuando fuese cosa po­sible, suprimir el camino y llegar sin viaje al término del viaje. Se quiere, como la paloma de la Fontaine, ver...
¿Ver, qué?
No sé nada de eso, ni vosotros tampoco.
Si una cosa existiera acá abajo que valiese de por sí la pena de ser buscada por sí misma, esa cosa dispensaría de buscar otras y pondría fin al viaje del hombre. Pero yo no conozco cosa semejante, ni vosotros tampoco.
Así, en París, el hombre que se dispone a partir acaricia la idea de su viaje y no quisiera haber llegado ya a su término. Durante el camino, espera ver.
En cuanto ha subido al ferrocarril, habitualmente, echa de me­nos la diligencia de antaño, la vista de los caballos, la voz del pos­tillón, etc.
Si el ferrocarril le abandona en mitad de su camino, y si ter­mina la ruta en un carruaje antiguo, piensa en las ventajas del ferrocarril. Encuentra muy lento el antiguo carruaje, y, por regla general, desea la posta siguiente. Mil veces he visto y cometido esta inocente bobería de desear la próxima aldea del camino, como si en la parada me aguardase la felicidad.
Después del relevo, como la felicidad no acude a la cita, se hace sentir el deseo de haber llegado al mismo término del viaje; y, cuando tal se ha conseguido, cuando se ha bajado definitivamente del carruaje, dibújase en el alma una impresión de tristeza.
Es que la esperanza, sea cual fuese, queda siempre burlada.
Queda burlada, aun cuando resulte excedida. Pues si se ve excedida en un sentido, por la brillantez exterior del espectáculo que se contempla, hállase engañada, en un sentido más importante, por la ausencia de la plenitud que se buscaba.
Las orillas del Rhin, las montañas de Suiza, pueden ser más bellas de lo que pensabas. Mas no pueden producir en ti lo que esperabas, si esperabas la plenitud y la satisfacción.
El hombre pasa la vida experimentando esos sentimientos y siempre ignorándolos.
Ningún viaje le muestra la realidad de las cosas. Y, sin embargo, cuando mira los esplendores de la naturaleza, tiene una mirada y una añoranza para la vivienda que ha abandonado, para la casa que es la del trabajo, para la casa donde, a menudo, en las horas de fatiga, deseó la partida; para la casa adonde con frecuencia, después de la partida, ha deseado el retorno. Y cuando vuelve, si no ha visto en su viaje más que las cosas visibles, no lo garantizo contra una impresión de tristeza. No será la que ha tenido, cuando ha llegado a tierra extranjera, será otra. No será más la del viaje, será la del retorno.
No salgo garante de que no le acometan deseos de partir nuevamente, a fin de ver otra cosa, ni de que, una vez que haya partido, no desee volver, a fin de encontrarse en su casa.

II

Sin ninguna duda, se engaña, pues siempre busca sin que jamás encuentre. Pero en el fondo de ese error, como en el fondo de todos los errores, habrá una verdad grande. Esta verdad es la doble necesidad que de la ley general resulta, la necesidad de satisfacer la alternativa universal, la necesidad de dilatarse y en seguida la de encentrarse; necesidad del flujo y del reflujo.

Deo gratias!