“Me gozo en las obras de tus manos”

Salmo 91, 5.

jueves, 23 de octubre de 2014

NTRA. SRA. DE LA DIVINA PROVIDENCIA



HIMNO A LA DIVINA PROVIDENCIA





Mano divina, sacra y admirable
del Ser eterno, que con modo sabio
mueves del globo la pesada mole
sobre el sol mismo sin ningún trabajo.
Omnipotente MANO a cuyo impulso
obedecen los vientos y los rayos,
su ímpetu el mar detiene, y las estrellas
giran con los planetas y los astros:
MANO augusta de Fuerte que mantienes
a tus leyes sujeto lo que has criado,
con tanta perfección y con tal orden
cuanto los hombres todos admiramos;
¿Qué mortal es capaz, qué inteligencia
de las que en torno vuelan a tu lado,
de conocer tus altas providencias,
ni penetrar tus íntimos arcanos?
¿Quién alzar osará de tu grandeza
la extremidad del velo sacrosanto,
ni el gabinete oculto de tus obras
registrará blasfemo y temerario?
Tú divides benéfica los tiempos
en estaciones, distinguiendo el año,
y los rigores del invierno triste
compensas liberal en el verano.
Tú en verde caña cuajas la mazorca,
tu doras las espigas en el campo,
tú las frutas endulzas y tu vistes
de esmeraldas los montes y los prados.
Tú haces que entre las peñas se cultive
la plata, el oro, el hierro y el estaño,
y allí le das los brillos y reflejos
al rubí, al amatista y al topacio.
Tú abrigas al cordero con su lana,
tu armas la garra del feroz leopardo,
tú pintas al alegre pajarillo
de plumas mil y de colores varios.
Tú haces vivan gustosos en las ondas
el delfín, tiburón y ballenato
y en los cristales de la mar cerúlea
del pez mantienes número tan basto.
Tú... pero ¡adónde voy! ¡será posible
que atrevido, soberbio e insensato
presuma referir tus maravillas
ni señalar las obras de tu MANO?
Tú eres el Dios eterno, incomprensible;
la bondad suma, Santo, Santo, Santo,
fuente de la piedad y la dulzura,
y el absoluto dueño de lo criado.
Tú me criaste, Señor, tú eres mi Padre,
aún antes de existir ya me has amado,
a ti debo la vida que respiro
y este renglón lo escribo por tu agrado.
¡Oh Fe divina, luz que me consuelas!
¡Oh religión iluminante rayo
de la deidad sagrada que me animas
en mis mayores penas y trabajos!
¿Conque tú eres mi Padre, Oh Dios eterno,
mi Criador, Redentor y único amparo,
y vela sobre mí constantemente
tu cariñoso amor y tu cuidado?
Sí, mi Dios, es verdad, yo lo conozco,
y cuanto a agradecértelo no basto,
entonará tus dignas alabanzas
mi ronca voz, mi bulbuciente labio.
Tú de la nada al ser me condujiste
por un efecto de tu amor sagrado,
y por el mismo de tu Santa Iglesia
quisiste que naciera en el regazo.
Si repaso mi vida, la contemplo
rodeado de enemigos inhumanos,
como la navecilla que agitada
lucha en las ondas con los vientos bravos.
¿Cuántas veces la saña de algún toro,
el ímpetu indomable de un caballo,
o ya de mi enemigo la venganza,
pudo darme la muerte sin pensarlo?
¿Cuántas veces?... mas ¡ay! yo me fatigue
recordando mis riesgos, yo me canso:
baste solo decir que de ellos libre
he sido por la fuerza de tu brazo.
Así lo reconozco agradecido;´
Tú todo lo dispones, no hay acaso,
Tu Providencia adoro, todo se hace
o con tu permisión o tu mandato.
Pues siendo esta verdad tan infalible,
si sé que todo viene de tu MANO,
y que me amas, Señor, ¿por qué motivo
en las adversidades yo me abato?
¿Por qué hacia el mundo solamente miro,
y mi débil espíritu lo arrastro,
si eres mi Protector y mi refugio,
y en ti mis ansias hallarán descanso?
Huyan lejos de mí las aflicciones,
la congoja, el temor y sobresalto,
si se levanta el Todopoderoso
en mi defensa de su trono sacro.
Si a mi lado se pone el Invencible,
y su escudo me cubre soberano,
no temeré mil males, pues seguro
estaré siempre de que hagan daño.
Desplómense los cielos de sus ejes,
trastórnense los montes y peñascos,
vuélquese el mar, inflámense los vientos,
y negra tempestad vomiten rayos.
Yo todo lo veré tranquilamente,
impertérrito siempre y sin espanto,
si me hacen sombra las sagradas alas
de tu misericordia, Padre amado.
Me reiré de los fraudes y tropiezos
que pretendía ponerme el hombre malo;
porque si tú me ayudas, fácilmente
yo desharé sus redes y sus lazos.
Más si por mis pecados tu quisieres
que padezca en la cama los asaltos
de cruel enfermedad, o la pobreza
me devore con lánguidos atrasos:
Si quieres, Padre, sufra los rigores
ya de la esposa infiel, del hijo ingrato,
del enemigo cruel, del vil amigo,
del pérfido traidor, del mal hermano.
Si quieres me atropelle la calumnia
y que mi honor le mire vulnerado
que una triste prisión, o que la muerte
den fin a un infeliz, ¿he de rehusarlo?
De ninguna manera: antes mi gusto
conformaré contento a tu mandato
solo te pido me des esfuerzo
para apurar un cáliz tan amargo.
Sí, castiga, Señor, mis desconciertos,
pero alienta mi espíritu postrado,
y ya fortalecido con tu ayuda
me arrojaré confiado entre tus brazos.
Sí, yo confesaré que los castigos
son voces del pastor a su rebaño,
y si das el azote como Padre,
no os puede menos que doler la MANO.
Castígame, Señor, no me abandones,
redúceme al redil a latigazos,
pues si yo te ofendí, ¿con qué derecho
me pretendo eximir de los trabajos?
Dame resignación y vengan penas,
mi espíritu avalora desmayado,
y entonces las miserias y dolores
me serán apreciables, suaves, gratos.
En fin, quema, Señor, aquí castiga,
oprime, corta y hazme mil pedazos...
Hic ure, hic seca, ut in aeternum parcas,
como allá me perdones, Padre amado.

LOS ESCONDIDOS – JOHN HENRY NEWMAN


Ocultos están los santos de Dios;
No hay alto signo angélico que los atestigüe;
Ni vestes delicadas, ni imperiales
Cetros de oro que los señalen
Como ministros divinos.
No es suyo sino el aire sin dueño,
La hierba de la tierra madre,
Y el benévolo sonreír del sol;
Cristo erige su trono en el corazón secreto,
Lejos del mundo arrogante.

Ellos resplandecen en medio de la noche;
Nieblas heladas se arrastran enturbiando
El rayo del cielo;
La fama celebra el tiempo, la vieja historia
Amaña su luz remedando el día
En vano.
El aspecto grave, la voz fuerte y el poder
De la razón forjando su consabida senda.
Ciegos personajes! No nos ayudan a encontrar a Cristo
Y a su estirpe principesca.

Sin embargo, no están del todo ocultos
Para aquellos que procuran ver;
Bajo su empañado aparecer de tierra
Sin saberlo hacen brillar destellos
Que revelan su origen forjado en el cielo.
Mansedumbre, amor, paciencia, la serena
Confianza de la fe, y el alumbrado
Gozo del alma que dispone
La danza remansada
Del corazón que prueba su poder sobre sí mismo
En la hora del orgullo.

Estos son los pocos escogidos,
El fruto remanente de la gracia
Esparcida con largueza.
Dios siembra en el desierto
Para cosechar a quienes conociera
Entre la fría raza de los hombres;
Sabiendo de perversas voluntades
En su claro ver de tiempo
Y espacio sin fronteras
Espera, con la pobre respuesta a los tesoros
Regalados, llenar los tronos en el cielo.

¡Señor! ¿Quién puede sino Tú desentrañar
La contienda oscura entre el hechizo
Del pecado que esclaviza el alma
Y tu Espíritu afilado, que se apaga y que revive?
¿O quién puede decir
Por qué el sello del perdón se fija
Seguro en la frente de David,
Por qué cayeron Dimas y Saúl?
Oh, para que nuestros corazones frágiles
No se quiebren al templarse
Socórrenos por tu misericordia!


Horsepath    Septiembre de 1829

Traducción de Jorge N. Ferro

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