“Me gozo en las obras de tus manos”

Salmo 91, 5.

miércoles, 6 de julio de 2016

LA OBRA DE DIOS






En realidad, Dios hace el mundo a cada instante. Crea sin discontinuidad. A cada instante crea esas miríadas de seres que componen el universo. Crea los infinitamente pequeños y los infinitamente gran­des. ¡Cuánto más real y bienhechora idea tendríamos del poder in­finito, si miráramos el mundo de esta manera! ¡Cuánto mejor senti­ríamos nuestra dependencia de Dios y nuestra necesidad de gratitud, si tuviéramos más conciencia de esa acción continuamente creadora de Dios sobre todo lo que nos rodea, como también sobre nosotros mismos. Y sobre todo, cuánto más serenamente nos abandonaríamos a los cuidados incesantes de ese Dios que es a la vez todo poder y todo amor!
Pero la omnipotencia divina y la grandeza de Dios resaltan mucho más aún si pensamos que Dios ha hecho y hace sin cesar todas esas maravillas con su solo pensamiento lleno de amor. Dios piensa y anima todas las cosas con un amor que quiere su existencia. Eso basta. Por el mismo hecho, todas esas cosas existen. Dios piensa los lirios del campo y las flores de los valles, más hermosas que las vestiduras de Salomón. Piensa cada florecilla con sus delicados matices y su corona de pétalos, más graciosos que un encaje de Suiza. Cada brizna de hierba o de musgo es a cada instante amorosamente pensada por El. Piensa esos minúsculos insectos que se encierran en ellos y escapan a nuestras miradas. Y Dios piensa también, es decir, crea con su solo pensamiento, ese mundo inmenso ante el cual somos tan pequeños. Piensa los osos blancos y los esquimales de los mares glaciales, lo mismo que los pobres negros de las regiones del trópico y los tigres y paquidermos de las Indias. Piensa la gamuza ágil y juguetona que salta entre los glaciares inaccesibles y el monstruo que se desliza en el fondo de los mares. Todo el universo es su pensamiento. Y todo esto lo piensa y lo crea en un acto único y simplísimo, muy fácil y apacible, de su eterno e inmutable pensamiento. Dios ve en su pensamiento nuestro universo, y nuestro universo existe. No hay sombra de esfuerzo o de duda, ni huella de cambio en el pensamiento divino.
¡Oh grandeza incomprensible de mi Dios! ¡Qué somos pues nos­otros, pobres seres humanos, ante  Ti! ¡Qué es nuestro pensamiento comparado con el  tuyo! Ante Ti los hombres más sabios se con­funden con los indoctos en una misma ignorancia radical, en una misma absoluta impotencia. Los mayores genios de la tierra, ¿qué pueden producir con su solo pensamiento? Como un hábil pintor, pueden ciertamente reproducir sobre la tela dócil de su imaginación escenas deliciosas y variadas, encantadores paisajes. Pueden crear en su espíritu magníficos poemas, patéticos dramas donde se agitan mil actores, pero todo esto no es más que un pensamiento. Todos esos personajes no viven sino en el orden ideal. No viven por el mismo hecho en el orden real. No     reciben, por el solo efecto de ese pensamiento, una existencia real, objetiva.
Tú solo, Dios mío, Tú solo produces. Tú solo creas. Tú solo haces existir con tu solo pensamiento, al desearnos libre y amorosa­mente el ser. Tú piensas, y las cosas que quieres llamar a la exis­tencia son como Tú las habías pensado. Tú piensas esos soles in­mensos de las estrellas, y esos soles arden, brillan sin cesar para Ti. Tú piensas esos millones de seres, anónimos en su mayor parte, que alimentan los abismos del océano, y esos seres se des­lizan incontables por los mares. Tú piensas, y todo es, todo vive. El mundo entero es un poema magnífico, un drama emocionante de tu pensamiento cristalizado, con todas sus infinitas peripecias, cuyo autor eres Tú. ¡Oh gran Dios! ¡Oh pensamiento supremo e incom­parable! Pensamiento eternamente fecundo y subsistente, ¡cuán nada somos ante Ti! ¡Cuán propio nos es el confundirnos entre el polvo a tus pies!
Pero hay una cosa más admirable aún y muy poco conocida. El espíritu infinito, el ser sin límites que crea todas las cosas con su solo pensamiento amantísimo, que les da la existencia por amor, no se separa sin embargo de su ínfima y despreciable creatura, que sin su auxilio dejaría de existir. La creatura existe con una existen­cia propia suya, pero sin embargo existe en el seno mismo de Dios. La infinita inteligencia, está y permanece en el fondo de toda creatura, en el fondo de cada uno de sus pensamientos. Vive en ella, circula en ella, la impregna y la inunda de sí mismo.

Paul de Jaegher, S.J. “Confianza”.