“Me gozo en las obras de tus manos”

Salmo 91, 5.

miércoles, 13 de abril de 2011

ECLIPSE DE SOL EN LA MUERTE DEL REDENTOR




Estaba el sol entonces coronado


De largas puntas de diamantes finos,


Y, en medio de su curso levantado,


Los montes abrasaban Palestinos.


Miguel, viendo a su Dios crucificado,


Desnudo ante los bárbaros indignos.


Con hidalga vergüenza y noble celo


Baja del cielo empíreo al cuarto cielo:



Y a los fuertes caballos rutilantes


Que echaban fuego por las bocas de oro,


Las ruedas volteando coruscantes


Que dan al mundo nuevo gran tesoro;


Los encendidos frenos radiantes,


Sin guardar al planeta más decoro,


Asía con la una mano valerosa,


Y con otra la maquina espantosa.



Y el carro así parado, alzó los ojos


Al sol, que con mil ojos le miraba,


Y fulminando por la vista enojos.


El fin de sus intentos aguardaba:


Abriendo, pues, Miguel sus labios rojos,


Con voz le dijo resonante y brava,


Increpando al planeta excelsamente,


Porque daba su luz resplandeciente:



"¿Es posible inmortal, noble criatura,


Que miras a tu Dios en cruz desnudo,


Y ofreces luz a aquella gente dura


Que sin miedo en la cruz ponerlo pudo?


Cubra tu clara faz de noche oscura.


Con razón fiera y con verdad sañudo,


Desate el mundo así sus gruesas nieblas,


Y a su Creador conozca en tus tinieblas.



Dijo y el sol avergonzado luego,


Sus rayos en sí propios recogidos,


Negó su bella lumbre al mundo ciego


Por dejar a los hombres confundidos:


Espantóse el romano, admiró al griego,


Ambos en esta ciencia esclarecidos,


Ver un eclipse tal, y el crudo hebreo


Se quedó pertinaz en su deseo.



Fray Diego de Hojeda


(Gentileza de Aldo H. Delorenzi)