Hubo tiempos de goces y de fiestas.
Nuestros sueños, cual nobles madreselvas
florecían de gloria en las albercas.
Hubo tiempos de goces y de fiestas.
Cuando apenas bastaban unos niños
y un esposo, y un fuego, y unas cestas.
Se escandían sutiles variaciones
tras las núbiles rejas.
Como alondras jugaban las labores
en las fúlgidas siestas.
Y en los patios crecían los helechos
cuidados por sus dueñas.
Hubo tiempos de goces y de fiestas.
Hoy nos dicen que hollemos los hogares
escanciando la ausencia.
Nos hablan de lo inútil que fue todo
en tiempos de la abuela.
Pregonan oficinas y talleres
razón e independencia.
Y sin embargo
hubo tiempos de goces y de fiestas.
Hoy caminas tediosa por tu casa
que se te hace una celda
y eres un raro huésped que suspira
por fábulas secretas.
A ti te hablo, mujer de mi ribera.
Recuerda que el misterio está en las llamas
que arden cuando regresas.
Cuando arrullan los tordos
y cantan las sirenas.
No escuches más los salmos
de esa música ciega
que te arrastra muy lejos de tu nido
y te miente en la oferta.
Hay un hueco en tus brazos insepultos
donde orillan las venas.
Llénalo con un niño sonrosado
de piel caliente y lágrimas de seda.
Porque en un tiempo, esto era una fiesta.
Crecerán lentamente en tu piel las adelfas
y los ángeles buenos te hilarán acederas.
Ángeles santos, ángeles de la acequia:
por la mujer de hoy alcen un ruego
y ténganla despierta.
Amelia Urrutibeheity