“Me gozo en las obras de tus manos”

Salmo 91, 5.

sábado, 6 de febrero de 2010

EL HOMBRE QUE HABITA EL CAMPO



Ya desde la Antigüedad, el hombre que habita el campo siempre ha sido considerado como un privilegiado. Varios emperadores romanos se honraban de cultivar su quinta. Cicerón decía que ninguna profesión era superior a la del agricultor, ninguna era más fecunda, más agradable y más digna de un hombre libre. Sin embargo, nadie como el Cristianismo ha celebrado las virtudes el campesino y las ventajas espirituales de la vida agraria. Par el apóstol Santiago, el labrador es un modelo de paciencia: “Mirad –dice- cómo el labrador, con la esperanza de recoger el precioso fruto de la tierra, aguarda con paciencia las lluvias tempranas y las tardías” (Sant. 5,7). El ejercita una especie de reflejo de las tres virtudes teologales: la fe, confiando generosamente las semillas a la tierra, la esperanza, en la expectación de que germinen, y la caridad, dando gracias al Señor que es quien da el crecimiento, como dice San Pablo (cf. I Cor. 3,7). “Con razón –escribe San Agustín- creemos que el cultivo de las plantas y de los árboles ha sido la ocupación del primer hombre en este jardín de delicias donde fue creado. Pues ¿qué hay más inocente que este trabajo para los que tienen tiempo de ocuparse de él, o más capaz de elevar hacia Dios el espíritu de los que poseen una luz suficiente para profundizar todas las maravillas veladas en el curso ordinario de la naturaleza?”.

Guillermo Gueydan de Roussel – El sentido humano y cristiano del campo, “El verbo y el Anticristo”, Ediciones Gladius, 1993.