“Me gozo en las obras de tus manos”

Salmo 91, 5.

lunes, 28 de diciembre de 2009

EL ESPEJO DE LA NATURALEZA



En la Edad Media, el mundo es un símbolo para el hombre que piensa. Puede definirse así: “Una idea de Dios realizada por el Verbo”. De ser cierto, cada ser esconde un pensamiento divino. El mundo es un libro inmenso, escrito por la mano de Dios, en el que cada ser es una palabra llena de sentido. El ignorante contempla, ve figuras, letras misteriosas, y no comprende su significado. Pero el sabio se eleva de las cosas visibles a las invisibles: al leer la naturaleza lee el pensamiento de Dios. La ciencia consiste, pues, no en estudiar las cosas en sí mismas, sino en compenetrar las enseñanzas que Dios ha puesto en ellas para nosotros; porque “toda criatura –dice Honorio de Autun- es la sombra de la verdad y la vida”. En el fondo de cada ser están inscritas la figura del sacrificio de Jesús, la idea de la Iglesia, la imagen de las virtudes y los vicios. El mundo moral y el mundo sensible no forman más que uno.

Hugo de San Víctor contempla una paloma, y piensa en la Iglesia. “La paloma –dice- tiene dos alas, como para el cristiano hay dos géneros de vida, la vida activa y la vida contemplativa. Las plumas azules de sus alas indican los pensamientos del cielo. Los inciertos matices del resto de su cuerpo, esos colores cambiantes que hacen pensar en un mar agitado, simbolizan el océano de las pasiones humanas en que boga la Iglesia. ¿Por qué tiene la paloma los ojos de un amarillo dorado? Porque el amarillo, color de los frutos maduros, es el mismo color de la experiencia y la madurez. Los ojos amarillos de la paloma son la mirada llena de sabiduría que la Iglesia lanza hacia el porvenir. La paloma, finalmente, tiene las patas rojas porque la Iglesia avanza por el mundo con los pies teñidos en la sangre de los mártires”.


Emile Mâle – El arte religioso