¿Por qué ha de morir la rosa;
el día, por qué ha de morir;
por qué muere la sonrisa;
por qué se seca el jazmín?
Son destellos del Bien Sumo;
del Bien que no tiene fin.
Con sus fugaces reflejos,
vislumbramos su existir.
¿Por qué muere el inocente;
por qué no hay dicha sin fin;
por qué corre y corre el tiempo,
como implacable mastín?
No preguntes, alma mía;
que Dios nos vino a decir,
que creó el hombre para el Cielo
y una Eternidad feliz.
Ángel Luis Miguel Salvat