“Me gozo en las obras de tus manos”

Salmo 91, 5.

martes, 1 de diciembre de 2009

La cuna


LA CUNA

Si yo supiera de qué selva vino
el árbol vigoroso que dio el cedro
para tornear la cuna de mi hijo...
Quisiera bendecir su nombre exótico.
Quisiera adivinar bajo qué cielo,
bajo qué brisas fue creciendo lento
el árbol que nació con el destino
de ser tan puro y diminuto lecho.
Yo elegí esta cunita
una mañana cálida de enero.
Mi compañero la quería de mimbre
blanca y pequeña como un lindo cesto,
pero hubo un cedro que nació hace años
con el signo de ser para mi hijo,
y preferí la de madera rica
con adornos de bronce. ¡Estaba escrito!
A veces mientras duerme el pequeñuelo,
yo me voy a forjar bellas historias:
quizás bajo su copa una cobriza
madre venía a amamantar su niño
todas las tardecitas a la hora
en que este cedro amparador de nidos,
se llenaba de pájaros con sueño,
de música de arrullos y de píos.
¡Debió de ser tan alto y tan erguido!
¡Tan fuerte contra el viento y la borrasca
que jamás el granizo le hizo mella
ni nunca el cierzo doblegó sus ramas!
El, en las primaveras, retoñaba
primero que ninguno. ¡Era tan sano!
Tenía el aspecto de un gigante bueno
con su gran tronco y su ramaje amplio.
Árbol inmenso que te hiciste humilde
para acunar a un niño entre tus gajos:
has de mecer los hijos de mis hijos.
¡Toda mi raza dormirá en tus brazos!

Juana de Ibarbourou